Sabes que tienes que escribir cuando algo te hace llorar, reír, vivir. Y hace tanto tiempo que no escribo, aunque esté viviendo y riendo como nunca antes lo había hecho. Ayer era sábado, ese día casi siempre insoportable, el típico día en el que uno busca qué hacer. Pero yo había ahorrado mucho tiempo para ir a Corteo, y mis amigos eligieron el día sábado para vivirlo.
Logré, al igual que muy pocos, entrar al lanzamiento de la carpa, entrevistar al Productor General del Soleil y justo cuando pensaba que no podría ser más feliz, entré a la función, 8:00pm. No hay nada más especial que disfrutar un espectáculo tan increíble al lado de alguien que vive y siente como tú, que sabe lo que es admirar, dibujar, pintar, actuar, cantar, tocar. Y yo lo hice, teniendo la certeza de que sería una de las mejores decisiones tomadas hasta ahora.
Pero es que fue un show tan único que no existen palabras precisas para describir lo que se sintió o vivió, pero hoy, justo aquí, intentaré hacerlo. Advierto: No prometo nada.
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Un telón que cubría el escenario estaba justo en la mitad: eso fue lo primero que me hizo llorar; la silla que me ponía justo en la mitad donde nada me impedía ver la escena, las crispetas y gaseosa que mis amigos compraron para comer, porque YO. Empezó el show, apagaron las luces y únicamente se iluminaba el escenario, se levantó el telón y aparecieron los ángeles, cuyas alas blancas eran como esas que uno sí se imagina cuando cree en las hadas.
Los artistas tenían un nivel tan alto, que yo solo pensaba en la cantidad de veces que se tuvieron que caer para poder entrar a formar parte de tal show, distintos idiomas, música en vivo y el personaje principal que mantenía un acento 'argenticolombopaisa'; nunca supimos de dónde venía pero a todos sorprendió con su juego de 'pelota' entre Santa Fe y Millonarios, en el que recordé y reí como típico de una mujer que no sabe nada de fútbol, pero que disfruta.
Los aros, las varas, las escaleras, los payasos, el violín, los caballos, el cirquero, el miniteatro, las máscaras, las bailarinas, la tramoya, la pelota de golf, las mujeres, los hombres. Todo tan impactante, sorprendente e inigualable. De esos eventos que terminan y uno dice: "Pagaría lo mismo y hasta más por volver a verlo".
Eso sin contar a Valentina, la miniactriz, más 'mini' que yo, cuyo talento explota hasta el cielo y más allá, que entre 6 globos púrpura volaba de un lado a otro siendo la más feliz y única del planeta Soleil, siempre fiel a su acompañante, siempre fiel al arte que nunca quisiera dejar. Y su impresionante puesta en escena de Romeo y Julieta al lado de otro miniactor, cuyo talento fue la ternura y pasión. Éste, el momento más elegido, el favorito. Éste, el que hizo llorar.
Y para culminar, un cuadro especial de dos personajes que se encontraban entre telas, entre risas, sueños, visiones y tristezas. Se soltaron, la dejó volar, la dejó ser... Y él solamente observaba, la anhelaba, se veían y reían; hasta que quisieron volar, ser, ver y reír juntos, con los pies en la tierra. Y sí, beso. Dulce beso. Ahí está: la segunda vez que lloré.
La cantidad de detalles grandes y pequeños que hubo, hoy no escribo porque solamente quiero guardar en mi memoria, pues soy la persona más egoísta como con todo lo que he ido a ver. Pero, finalmente salieron al escenario y también al cielo, todos los personajes. Ángeles, bicicletas, malabaristas, payasos, animales, músicos, actores, cirqueros, ARTISTAS. Encendieron las luces, sus sonrisas nos miraron desde allí, aplaudimos hasta que las manos comenzaron a doler y la luz se movió por toda la carpa. Dos horas y media de placer, único placer y satisfacción. Me levanté, cerré los ojos y vi a Soleil, la luz que humedeció mis ojos.